miércoles, 21 de octubre de 2009

DESTELLO DE TUS LABIOS (Paisajes, 1986)

Más allá de donde el silencio es agua que no fluye
fuimos intermitentes un cuerpo de amor único.

Te escucho íntegra.
Salvaje.
Orquídea en la aurora.
Árbol de sueños limpios.
Selva sin otoños.
Destello de tus labios besando
descalzos
mi cuello de serpiente.

Oh, vida, eres inmensa como mi mano abierta sobre el cielo,
como un pecho sobre otro pecho
y todo ello en vilo
formando un deseo:
El ser sobre su límite o su tiempo.
Lo tardío que espera en un rincón del alma
o lo que ya ha llegado como amor.

La luz recorre descansada tus mejillas
como crecida de un crepúsculo de caprichos.
¡Qué delicada vibras!
Sumergida en las aguas del mañana que aflora
eres una sirena de vidrio y alma
a merced de las diminutas olas.
Te deseo, lágrima viva,
humana plenitud de la espuma.
¿En qué hemisferio cabe tanta noche?
¿En qué universo caben nuestras voces abiertas
gritando vida con o sin palabras?
¿En qué palabra, amor, caben nuestras miradas?

Emergida del aire o de la luna te contemplo.
Te observo con caricias en los ojos.
Recorro nocturno tu hialina hermosura.
Grande y tranquilo me refresco en tu mirar
Y te siento a mi lado, en la distancia.

Orgulloso construyo en tu mundo un corazón de espejos,
realidad revelada y arrojada a lo vivo.

Quiero que todo brille como el astro que inefable desemboca.
Ser sentido,
entregado,
cegado,
elevado,
llevado
por la mano no herida de este instante de luces,
destello de tus labios,
hacia otros valles líquidos
donde tu iris no haga temblar el paisaje,
cerca de ese silencio que calla o besa,
que pide o bebe,
que sangra o que espera.

Ni una gota de sangre dibujada en el límite
ni un lamento en cualquier noche ajena nos describe.
Ni un pedazo de libertad robada. Nada.
Nada nos hiere.

Mira nuestras sombras coaguladas en la arena.
Somos invulnerables.
Jóvenes, reflejados, soñados.
El instante se desploma ya hecho beso,
casi enfurecido por la estela de tu nombre o de mi nombre,
celoso del ayer que se vuelve y se apaga en la memoria.

¡Qué latido! ¡Qué armonía!
Ya te escucho y aún te espero,
paraíso de luces sin rumor de segundos,
mar que anhela, regazo que recibe,
ángel que no envejece, calma que se respira
y se retiene hasta que el verso, cálido, se agota,
hasta que, terso, pálido, declama
un “siempre” imaginado entre dos labios.

¡Qué ligero huye el temor con las alas del pasado!
¡Y qué frágil resulta la ternura presente!
Qué inmenso horizonte se encierra en tu piel,
macla de un fulgor que humano cristaliza.

Quiero verte allí donde las pupilas son niños que juegan con las nubes,
allí donde el silencio no existe como tímpano inmóvil,
donde la luna es reina y tú no sueñas:
Vives.

Quiero llevarte allí donde la vida
ya no es un laberinto de miradas amargas,
allí donde se cruzan los besos con las olas,
donde el cielo respira nuestro aliento
y se llena de azul.

Quiero sentirte allí donde un verano lento se dilata
y discurre sobre tus hombros limpios,
allí donde el pecado es ley que se adivina,
donde la luna se encarama libre
para espiar las bocas que se cierran.