lunes, 26 de noviembre de 2007

Diarios de Berkeley (Día 4, mes de la Tierra)

He aquí cómo un hombre perdió la vida que fluía por sus venas... Se sentó a la orilla de sus sueños y los vio fluir. Tan cautivado estaba que dejó de sentir sed. Y así se fue secando, a la orilla del río de sus sueños, porque se olvidó de beber, se olvidó de enterrar sus raíces. No es el tiempo el que roba la pasión y deja el alma hueca. El tiempo está sentado aquí conmigo, a la orilla del río de mis sueños. Si quisiera abandonarlo habría de aferrarme a uno de mis sueños e iría a la deriva por remansos y cataratas para desembocar en un mar infinito, un océano de sueños que se rompen con las olas. Corales de mis sueños, delfines de mis sueños, ballenas de mis sueños, veleros de mis sueños. He aquí cómo me voy adormeciendo, cómo se difumina mi sonrisa, como el río se lleva mi reflejo corriente abajo. Así se escapa la pasión por los poros del alma, así se dibujan nubes de olvido en el cielo de la memoria. Oigo voces, silencios, idiomas que no entiendo. Es demasiado tarde para aprender. Es demasiado pronto para olvidar. Sin embargo yo olvido. Olvido lo que amo, olvido la pureza de la lágrima. Absorto en la deriva absurda de mis sueños, olvido que estoy soñando.

lunes, 19 de noviembre de 2007

ECO Nº7

Huyamos como naves
bebidos por el viento.

Huyamos de la tierra, color de la tristeza,
hijos del mar ahogados en su seno.

Huyamos como pulsos,
olas o corazones,
ritmos de vida, impulsos de eternidad constante.

Huyamos cabalgando en besos de memoria,
ágiles horizontes, pechos sin tatuajes, tacto de pluma cálida.

Huyamos de las islas enterradas,
de los falsos otoños despertando las horas,
horas de odio en libertad,
horas o violetas de agonías amadas,
horas desoladoras.

Huyamos de nuestros propios latidos
en busca de colores de pasión desmedida.

Huyamos de las horas últimas,
hacia atrás por el tiempo
hasta sentir nuestro primer aliento
cerrando toda herida.

lunes, 12 de noviembre de 2007

BÚSCAME, ATARDECER Jaén, 1996

Búscame, atardecer, que estoy llegando...
El sendero de azul melancolía que se cierra a la vena
en un instante me recoge absoluto
y se acelera el mar en su latido.

Apenas he llorado. Aún viaja tu nombre entre los olivos
como un fantasma opaco de acento de jilguero.

¡Escucho, ola de tierra! Escucho acantilado
romper en cada lágrima un secreto que muere.

He cubierto de musgo la lengua de mil palomas.
Sólo son palabras. Sólo palabras ciegas en la orgía de luces,
el cuerpo y la memoria, la luna y los lunares
de mi amante, tu tierra y mi desmayo de distancias sinceras.
Son palabras tan solo que resbalan sin ansia
por estos toboganes, mis labios como estatuas de ceniza.

Búscame, atardecer, pierde tus brisas últimas,
que no llego a beberte sin derramarme el alma.

COMO AYER, UN DESIERTO

Como ayer, la isla de tímpano surge del silencio.
Escucha las sombras de los líquenes
escapando nocturnas
y vuelve a ahogarse en la nada.

Como ayer, el ojo del murciélago despierta.
Vigila la parte más gris de las almas
soledades o claveles de odio
y se pierde en su vuelo indiferente:
Un desierto sin alas para huirse,
pliegue interior de la idea que creí desenvuelta,
violín mudo recién apuñalado,
río cerrado en sus extremos.

Como ayer, el puente quiere volar sobre el agua.
Desea piedra líquida distinta a su reflejo
pero la roca calza su estática memoria.
Más allá el sobrio mármol hiere al ángel del miedo,
la mano oculta sueña con desnudar el filo de sus garras:
Una paloma trágica
busca el bronce, violencia nueva,
vibración no espontánea
el choque entre la flor y el labio.
Pétalo azul. Labio azul. Cielo azul,
burbuja de luz o planeta dehiscente.

Como ayer, un adiós clama impuro sus últimos silbidos.
La distancia creada se proclama laberinto,
instante, desamparo,
las almas se renuevan en trance de dolerse.

Como ayer, el beso escurre lento por los cuellos.
El grito busca espacios donde abrirse,
universos de muros palpitantes.
Su límite es la fuerza de lo vivo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

ECO Nº2 (diciembre 1992)

Nada.
Vacío.
Desde más abajo la muerte se diluye en la brisa,
espacio sordo,
violín estrangulado por el arpa.

Vacío.
No hay nada, ni aves,
ni alas dibujadas en el aire
ni acantilados hiriendo
ese vacío.
Sólo cielo y agua negros
y la noche aprisionada, ciega,
sin luna que naufrague a ritmo de vals.

Nada:
ni en tus labios lejanos, flor sangrante,
ni en los acordes del piano afilado
que hiere los tímpanos de mil marineros en sus ataúdes azules.

Y la rosa,
la rosa violeta que nadie ha soñado,
que nadie vio sus pétalos doliendo en la memoria,
la rosa que acaricia los cuerpos como dunas,
que penetra en los vientres sin espinas
sin ignorar las lenguas de humedad infinita,
la rosa altísima que se cree celeste
y es divina saliva entre los muslos tensos desde el primer gemido,
la rosa
vacía
como un labio que espera,
muy vacía
como un nido de angustia en el paladar.

Hay dos amantes sintiendo su distancia florecer.
Tras el próximo pétalo
ya no quedará
nada.

Lavapiés

Madrid de teja y cielo, vieja ciudad
recién nacida. Alma de balcón
y sangre de geranio. Calles de luz al son
fresco y ligero de ecos sin verdades,
empedradas de gritos, pintadas sin color,
sin ambición azul de eternidad.