lunes, 27 de octubre de 2008

Diarios de Berkeley, día 6, mes de la Sombra

De nuevo el Cielo entero viste un azul limpísimo, pero la Sombra queda, la galerna interior mina aún los ánimos. No estoy triste ni soy opaco a la belleza de esta mañana cristalina, pero soy consciente de que no hay luz sin Sombra, de que la luz más bella surge de entre tinieblas como una tenue esperanza. ¿Qué es esta sed de luz? ¿Acaso no puede nadie sonreír en la Sombra, entre narcisos negros, bajo el vuelo en silencio de garzas invisibles? ¿No es en la Sombra pura donde el alma trasciende, donde los sentidos sobran para apreciar la belleza más serena? ¿O es la Sombra, la noche, el umbral de nuestra ausencia sobre la Tierra, tan sólo un anestésico, sólo una excusa para la evasión, para el descanso de los cuerpos fatigados por los destellos falsos de otro día monótono? Hoy esta luz me ciega. Hay más luz en el Cielo que en mi espíritu. Quiero cerrar los ojos y calibrar la dosis de reflejos que mi alma necesita para ahogar sus tinieblas, mas sin quemar sus sueños.

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