martes, 19 de octubre de 2010

ISLA (1988)

Al borde de los mares que no duermen

ya se acaricia la vastedad del beso.

Y no es luna, ni labio, ni horizonte,

ni escena, ni reflejo de memoria.

Se lee en nuestras manos como impulso de gestos.

Se escribe en nuestros ojos con afilados segundos de sueño.

Quiero sentirte íntegra:

toda de sentimientos esparcidos por las dunas de tu cuerpo.

Quiero sentirme único:

libre de esa agonía que reside en las mentes como péndulo,

libre de ese silencio que se adhiere al paladar

y nunca se desliza en forma de palabra.

Ocaso o alba, piérdete en suspiros,

desintégrate en nubes o su esbozo.

Como relámpago te siento entre mis brazos.

Súbita te vuelves medianoche soñada y, aún en vilo, no despierto.

Al borde de las playas no vividas

ya se desnuda el nombre de las lenguas.

Nunca seremos instante que se niega

ni invisible paraíso no ofrecido.

Ya hemos besado la herida tibia o el amor.

En nuestra propia frente hemos bebido magia.

Ya hemos cruzado el tenso mar de venas como algas,

de islas o corazones,

de vidas o latidos

y no hemos visto sangre ni coral.

El cielo dorado nos dibuja sin tristeza

con un astro denso como el infinito que le aguarda,

nos proyecta como sombras de juventud sin huída,

como siluetas de pasión apenas nacida.

Isla,

no hay color íntimo que tu penumbra no revele.

Isla o noche,

diálogo que envuelve:

yo pierdo los volúmenes y tú te acercas como de acuarela,

profunda, celeste.

Como si dormida en un espejo

te soñaras de cristal sobre un tablero de ajedrez

o moldeada en marfil por la brisa,

deleite de las aves y volcanes de otros mares.

Ya no duele el arpón de lo humano en mi costado.

Ya no sangra temores como máscaras.

Soy perfil de amor insensible a otros paisajes,

gesto buscando espacios por el valle de tu alma.

Luego, en tus ojos, madura el disparate de una mirada

y te dejas llevar por la voluntad de tus labios:

Me entregas tu vida como si se te acabara de ocurrir.

A veces, ensimismado en la lectura del cielo,

oigo tu nombre y me desmorono

como una torre de alfileres

o un alba de suspiros.

Vestido de empujones y puñaladas

caigo a lo más profundo de mi deseo

para aflorar luego, aún oscuro, en ti.

Isla, isla ciega, flor...

¿Qué vaga idea sospechas bajo esta luna bruja?

¿Qué verano de espuma o qué sed de líquidos recuerdos?

¿Qué palabra soñada a poca distancia de mi boca?

¿Qué posesión, qué beso mudo se adivina en tu cuello?

¿Qué delirio ya manso se proclama?

No puedo evitar soñarte

como imagen blanqueada en una procesión de fantasías,

noche-geisha hirviendo en mis ojos con su kimono de estrellas.

Siento la perfección incurable de amarte

con el tórax saturado de orgullo.

Isla, isla, isla.

La penumbra, el silencio, el altar de tu pecho,

el veneno, la brisa que me escucha,

tu cuerpo, tu playa, tus suaves orillas...

Mi bandera es el cielo mismo,

oh, libertad.

Te venero aunque no seas de cristal y bronce.

Te espero aunque no tardes,

aunque ya te imagine desnuda entre mis manos cóncavas.

La luz que segregan los ocasos

otra vez nos proyecta inabarcables sobre este mar de espejos,

frontera con infiernos de sonrisas ajenas,

sobre este horizonte único,

oh, eternidad vivida paraíso,

isla que el viento desplaza

de un segundo a otro siglo de belleza,

isla que el tiempo no erosiona

ni en las pieles de amantes ni en las playas de labios,

isla de nuestro encuentro,

de ese contacto suave que se ansía...

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