lunes, 10 de octubre de 2022

La rosa de los vientos

 

Desde que se fue el sol
ya no me quemo más
la piel del alma.
Las lágrimas son lágrimas.
No tengo que esconderlas.
El silencio es mi música
y vivir en las sombras
es como ese letargo
del bosque en sus inviernos.

Desde que cerró el teatro
mi vida, esa comedia
que acaba con la muerte
se representa aún (es increíble)
frente a butacas vacías
donde mis sentimientos
llenan palcos de ausencia.
En el anfiteatro del deseo
el terciopelo es musgo
y el techo bombardeado
por estrellas fugaces
dibuja los perfiles de su ruina
en la noche vacía.

Mil voces de delfines
huídos de las fuentes
anuncian por las calles
espectáculos de magia.
Pero yo llevo la segunda piel
de un gato negro
que ha perdido la cuenta de sus vidas.
Desde que dibujé un vacío
insondable a los vértigos
en el sólido puente
que me llevaba al Sur
por la Ruta de la Seda
he perdido ya el Norte.
He encontrado mi rumbo
ciegamente escondido
en el agujero negro
que hay en el centro
de la rosa de los vientos.

Nadie lo sabe. Nadie.
Más allá del dolor
y de toda nostalgia
hay un viaje íntimo
a un huracán callado
donde la vida no se representa.
¡Qué bellos los recuerdos
de tantas travesías
vistos desde este vértice!
Hay un agujero negro
en el centro absoluto
de la rosa de los vientos.

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