lunes, 12 de agosto de 2019

Perseidas en la bahía


Pasadas las orquídeas
el aire trae aromas
de océano y de pluma de pelícano.

Derretida la nieve
ya solo la recuerdan
los veleros que surcan silenciosos
auroras boreales.

Abandonar tu piel
en las sábanas limpias
es como estrangular
el alma entera
con el hilo intangible del anhelo.

He dejado mis noches
a merced de tu tacto,
mis ensueños al pie de tu sonrisa,
mi alma en tu regazo
como un pájaro ardiendo
que ha caído del nido.

Otra vez las perseidas
evitan mis pupilas
mientras en alta mar
o entre las filadelfas
tú las ves encenderse
como caladas de vida
que el cielo va quemando.

Es mi luna celosa
la que está noche reina,
la que no deja llorar a San Lorenzo
porque ella quiere ser
el único reflejo en la bahía
mientras el orbe cruza
la cola de un cometa
que no es más que un deseo
o su sombra fugaz
que pasó inadvertida
hace miles de años por mis brazos.

Mi templo está en la cumbre.
Te esperaré sentado
frente a un mar esmeralda
que abarca mi horizonte cuando cierro los ojos. 

Hay en mi mano un hueco
para tu mano fría
y en mi pecho sustrato
para un jardín de invierno. 

Sé que en tu corazón de caracola
resuena la música de las esferas
aunque tu frente refleje mi sordera
con un muro cerrado de silencio.

Me dijiste "Vete"
cuando acaso querías decir
con la mirada ahogada,
"Te veré con el alma encendida
cuando ya hayan pasado las estrellas",
o "No te veré, luna temblorosa,
pero me sentí amada hasta el dolor
por tu tímida luz
llamando a mi ventana".

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