lunes, 28 de marzo de 2022

Calavera

 

Descalzo el sol. Narcisos florecidos
en las órbitas huecas. Sonrisa o mueca,
ya descarnecido el gesto mudo, altivo.
La absurda calavera. Apagada
la luna y las estrellas dormidas en sus párpados
ausentes de plomo y de ceniza,
lo que queda tras el amor o el fuego.
No reflejo la sangre ni la luz.
Mi pecho es transparente a la mirada
del mar o al vuelo afilado del murciélago.
No siento más que el cielo derrumbándose
y la noche bebiéndose el silencio.
Muerte, ven a decirme que me amas.
Quiero al menos sentir una caricia.
Más allá de la paz hay una sombra
llamada olvido. Nada me deslumbra
como tus ojos llenos de marisma
o su recuerdo vivo en largas noches,
noches profundas que devoran todo,
que esperan tristes pájaros de sueño.
Te espero o no te espero. No he nacido.
No siento el opio ni el dolor de amarte.
Siento este sol descalzo y poderoso
borrándome el mañana de la frente.
Ahora te deseo y me fecundo.
Se me llena de hierba la garganta.
Me sobra atmósfera para exhalar tu nombre.
¿Por qué camino vine hasta tu seno?
Oigo llover ahí fuera
o dentro de mí acaso.
Oigo llenarse el pozo de las almas.
Perdido estoy.
Latiendo me delato.

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