martes, 3 de noviembre de 2020

Abedules

 

Fluye el río del tiempo,
La luz escupe perlas en sus aguas.
Nievan sobre tus senos
escamas de abedul.
El musgo me acaricia
con humedades nuevas
y tus ojos reflejan las astas de los ciervos
milenarios
que en mi pupila crean
la ilusión de tus bosques,
el maya de una atlántida
sumergida en mis lágrimas,
esas lágrimas íntimas
que surgen del instante
que se sabe infinito
y a la vez
desesperadamente irrepetible.

Fluye el sol a un ocaso prematuro.
Bajan las vacas a beber la luna.
Te descalzas y vas besando el agua helada,
cruzas
como la balsa del venerable Buda
ante la atenta mirada de Perseo,
como Andrómeda que escapa a su destino
mientras el héroe se transmuta en monstruo,
cetáceo de labios y caricias,
y lanza la cabeza de Medusa
para que se estrelle
delicada
en la otra orilla.

Se nos agota el tiempo.
Somos como esa hoja
que la corriente arrastra
por torrentes y remansos
o la ahoga...
Piel contra piel
me pregunto
¿No podemos quedarnos
eternos
escuchando el rumor adormecido, bebiendo su pureza,
viendo fluir el tiempo
desde la orilla?

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