domingo, 21 de febrero de 2021

Ella

 

Dueña del paraíso,
alma de Ártemis
cazadora de sueños,
sus ojos como perlas de topacio
son ventanas al centro de la luz,
a una paz que conduce
al epicentro de todos los bostezos.

Cuando se abre una flor
ahí está Ella
camuflada en tapices de belleza.
O al pie de mi deseo
dormida
como si todo el placer del crepúsculo
se enredase silencioso
en su piel de tigresa.

Ella quiere jugar
y te trae en la boca
hasta tu seno puro,
manantial de caricias,
ese círculo zen
que simboliza el Cosmos
prendido en tus cabellos,
nocturna Berenice,
para que tú lo arrojes al vacío
una y mil veces
sin que pueda escapar
de su mirada viva.

Nunca, nunca esperabas,
que el espacio vacío
se llenará de Ella,
de un espíritu arcano
que comprendiera todo:
lo que ves, lo que sientes
y quizás lo que sueñas.

Los Dioses me concedieron ser testigo.
Entré un día en el edén prohibido,
caminante sediento de tu amor
dispuesto a echar raíces,
y en la luz cegadora estaba Ella,
pequeña como un pájaro, 
dormida en tu regazo,
bañada por el oasis de tus lágrimas.

Nada es eterno.
Nada salvo Ella.
Vuelve a amarme.
Mi piel te necesita
y el silencio
es un cristal finísimo
sobre el que has de borrar
toda palabra extraña
con tus labios felinos
mientras Ella persigue
el canto de los mirlos
al alba.

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