Rotas las palabras
quedan sus cicatrices
escritas en el silencio.
Zarpaste con tus lágrimas
fluyendo por el cauce helado
de la vía láctea
mientras mi soledad ardiente,
acurrucada en los juncos de la eclíptica,
acechaba desnuda
ante improbables conjunciones planetarias.
Me dejaste a merced de los vientos
como a un espantapájaros
con el alma de plomo.
Me abandonaste en plena escaramuza
como a un soldadito de paja
en primera línea de fuego.
No escucho tus caricias afiladas
cortando el aire que respiro.
No ocupas el altar del templo,
ese que el alba solsticial venera
en el bosque sagrado de mi pecho.
Tu ausencia llena el cosmos
en expansión contante.
Déjame que repose
mi cabeza en tu seno,
que beba de tus manos
el agua cristalina.
Roto el silencio
quedan las palabras
como trampas tendidas en el aire.
Sombras.
Amanecer.
Una almohada vacía.
Enormes lágrimas de ballena.
Todo el océano.
Cada tarde,
una despedida.
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