sábado, 23 de enero de 2021

Memoria olfativa

 

Dibujé laberintos en la arena,
espirales girando hacia el solsticio
de un planeta interior que orbita libre
en torno a tu estrella blanca
cuya luz propia oscila
como un fondo marino
velado por las olas
y las estelas de los delfines.

Vagaba desorientado
cruzando el desierto del corazón,
lenta caravana sin apenas latidos,
escribiendo en las dunas silenciosas
los mil nombres de Dios
con el céfiro de mi aliento
como si así evocara
la desnudez de tu cuerpo.

Desperté navegando un mar de nieve
sin rumbo, sin Oriente, sin frontera,
con la quilla del alma contra el viento,
arrastrado por corrientes invisibles
que tu mirada de niña perdida
siembra en el universo
inadvertidamente.

Al fin cerré los ojos deslumbrados de vida,
cegados por la semilla de las lágrimas.
Los aromas del sueño
borraron de mi retina
todo lo que no fueran
jardines de deseo.
Sentí que mi piel era
noche y sábanas limpias,
mientras me recordabas
solo con tus silencios
que el jardín que me habita
está sumergido
en nuestro cielo interior
y que no hay planetas,
desiertos ni antártidas
que no quepan en tus brazos.


¿Por qué los sueños
no dejan huella
en la memoria?

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