Vacío.
Estoy vacío.
Lleno de ese vacío
en el que caben todas las ausencias.
Pero no ese vacío
que ha dejado en el aire
el vuelo de los pájaros
ni ese vacío de fondo de espejo
que amenaza romperse con la lluvia.
Siento un vacío inmenso
que cabe en una lágrima,
que me traspasa de dentro hacia fuera
como si huyera del agujero de mi tiempo.
No el vacío del dharma,
luz de la mente abierta al gran silencio
ni el vacío que enraíza en la retina
al contemplar el firmamento estrellado.
No el vacío que espera
amanecer desnudo, sin palabras,
rumor de caracolas irrompibles
o alas de mariposa.
Siento o presiento
un vacío densísimo,
como si el alma muerta
me cerrara los párpados,
un vacío que solo
una caricia tuya
llenaría de pétalos.
¡Ah, volver a respirar
y llenar de belleza los pulmones!
¡Abrir los ojos y ver todo el océano
sabiendo que tu cuerpo es un velero
y tu espíritu es viento, viento libre!
Canto un vacío sordo
en busca de armonía.
Escúchalo, Madre Tierra,
siembra en él la semilla
de un olvido que colme
de musas sin memoria
las laderas etéreas del Parnaso
que se erige en mi larga noche.
¿De qué llenar los nidos de mi pecho
cuando todas las aves olvidaron
sentir la primavera?
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