domingo, 30 de mayo de 2021

El Séptimo día

 

Todo muere
o marchita.
El rocío posado
en los ojos abiertos,
la escarcha en la mirada,
la lágrima que busca
sus cauces en tu rostro
se secan con el sol
cuando apenas el alba
se ha hundido en un olvido
de luz incandescente.

Cuando cierro los párpados
veo una mancha roja,
el color de la sangre
que tiñó el caos ardiente
al principio del mundo.

Entonces veo claro
que en el séptimo día
Dios no descansó apenas
sino que con verbo airado
creó dulce y plenamente
la muerte.

Porque Dios no ha alcanzado
la iluminación plena.
Se ha enredado en la rueda
del renacer constante,
del retorno a lo oscuro.
Primavera. Verano.
Otoño. Invierno. Primavera.
Luna nueva, creciente, luna llena,
menguante, luna nueva.
Por eso la muerte tiene mil nombres.
Fruto, crisálida, crepúsculo.
Niña. Ave. Tierra.
Por eso renace la luz de la sombra.
Semilla, mariposa, alborada.
Mujer. Vuelo. Cielo.
Solo para caer en la sombra de nuevo
deslizando en el cosmos
torrentes de belleza
ascendente,
descendente.
Ascendente.

Todo muere
o se pudre
para renacer luego
tras el séptimo día.

¿Y el amor?
¿Y el deseo?
Flores.
Fruto. Simiente.
Flores. Más flores
tras el séptimo día.

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