domingo, 29 de mayo de 2022

Oejeblik (elegía en la distancia por Martin Skau)

 



El momento es azul. El horizonte
es un muro infinito. En tus ojos,
amigo, no cabían las noches.
Ahora ya están cerrados. Tiempo.
Tiempo. Tiempo. Tiempo. 

El espíritu (cantan las sirenas)
desemboca en la playa, síntesis
de tu cuerpo de finísima arena
y la brisa del Norte que es tu alma.

El momento es la vida. La muerte
es finita. Un abrir y cerrar
de los párpados de Indra,
un insecto atrapado
en la hermosa, letal,
telaraña de lo eterno.

Navega, marinero sin barca ni destino,
allá donde el mar tiene 70.000 pies
de profundidad bajo el reflejo del sol
(Pacífico o Caribe, fiordo o ensenada...
¿Qué más da en la distancia?),
navega sin descanso hacia el Avalon mítico
sobre las propias ruinas de tu Atlántida.
No permitas que muerdan
tiburones de olvido
tus nobles bibliotecas,
que las medusas rapten
del fondo de tus ojos
tu sonrisa de niño,
que las sirenas mudas
no pronuncien tu nombre
en todas sus cantatas
(porque en el fondo del océano
hay catedrales íntimas
de corales inmensas
que interpretan desnuda
la Pasión según San Juan).

Es en esos jardines
a la orilla de la vida
en los manantiales de la laguna Estigia
donde tu corazón ahogado y enterrado
como un bulbo de blanquísimas azucenas
germina, bebe el agua de mayo y aún florece
junto al de Kierkegaard,
junto al de Regina.

Enterradas en flores,
pétalos que arrancaste
a quienes te han amado,
no son ya tus cenizas
porque han sido del Mar,
del Cielo y de la Tierra.
Esa puerta cerrada que es tu vida
tras la que me contestas en silencio
con el recuerdo de tu inteligencia,
espíritu de luz, alma de sombra,
me postra en sus umbrales.
No son ya tus cenizas.
Son las de un mundo ardiendo que abandonas
donde llorarte es, simplemente,
la más armoniosa de las sonrisas.

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