jueves, 4 de julio de 2019

Del color del océano


Del color del océano son todos mis recuerdos.
Turquesa, ojos de gato, arena de color blanco sultán. Piel desnuda reflejada en la espuma de las olas. Treinta noches sin apenas luna. Un frío gris que penetra los pétalos de enormes azucenas, filadelfas y rosas. Orquídeas que marchitan como heridas de olvido, telarañas trazadas sobre el vacío del tiempo. Trenes lejanos que se llevan recuerdos a través de la noche imitando sirenas de los barcos que zarpan o que atracan con cargamentos de sueño. Escaleras de humo que suben a la muerte peldaño a peldaño ante la mirada curiosa de las ciervas gráciles, huidizas, eternos espíritus del bosque. Luces tímidas acurrucadas, como un punto divino, una vela o el ascua del incienso, abrazadas en la sombra, agotadas de amarse hasta extinguirse.
Del color del océano es tu reflejo en mi vida, regreso de Perséfone, maestra de las luces, travesía sensual en busca de ballenas invisibles y sabores a través de las algas o árboles milenarios, amarrado a tus brazos como a un puerto seguro, ajeno al maremoto que anuncian los puentes colgantes, volando sobre las olas sin apenas rozarlas con alas de pelícano, ajeno al peso enorme de mis anclas, cuidando que el viento que brota de mis labios no se lleve las flores de tus senos ni tus frágiles alas de monarca.
Del color del océano, mi alma plena o herida por tu luz deslumbrante, estrella polar, oh, Démeter. Nunca vi amanecer con los ojos abiertos... Siempre a través del hilo de tus labios respirando y del canto primero de las aves. Siempre a través del tañido lánguido de las campanas que mece el viento afinadas en armonía con la energía de la Gran Madre Tierra rotando en sentido inverso.
Del color del océano, azul, azul marino, verde, negro en la noche, es el tiempo que me queda esperando que rompa en mi pecho lo próxima, tal vez la última ola, en medio de esta belleza indescriptible.

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