sábado, 21 de septiembre de 2019

Imposible despertar en el jardín de la luna


Equinoccio de otoño,
lagrimal inundado
por las primeras lluvias,
añoranza de océano y de niebla, 
de agua densa y salada. 

No despierto del sueño
del lobo enamorado
de la piel de la luna,
que quiere acariciarla
con estas patas torpes
pero tan solo aúlla...

Ella, tan misteriosa, tan callada,
le muestra el lado oscuro.
Ella crece, mengua, desaparece,
brilla en silencio,
se refleja...
Ella, herida de mar, se esconde,
(dueña del cielo,
reina de su tiempo)
tras el suave horizonte. 

¡Es tan bella su luz
inalcanzable!

No despierto del sueño
del marinero ciego
que echó el ancla en la tierra
muy profundo... Y aun así
(¡idiota, idiota!)
le robó el corazón una sirena.

No despierto del sueño
porque la vida es sueño,
porque aunque huya consciente
del mundanal ruido
en la senda escondida
hallaré la memoria 
de su piel, sus latidos,
las noches sin eclipses,
su cuerpo de azucena
acariciando el mío.

Quizás ese retiro
sea el jardín que anhelo,
un jardín que en mi sueño
no es un jardín prohibido,
un jardín que mis manos
abonan con cariño,
un jardín cuyos frutos,
cuyas flores abiertas,
no conocen el miedo
ni el tiempo
ni el olvido.

Equinoccio de otoño.
Oigo caer la lluvia en mi mejilla
o lo sueño, es lo mismo...
Es agua dulce ahora.
Se riega su jardín con mi destino.

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