martes, 3 de septiembre de 2019

Retorno a Ítaca


Desearía ser hoja
de roble, no de sable,
para cortar el viento
que anuncia ya el otoño
en mi memoria
y rozar en tu pecho,
al caer, las estrellas.

Desearía ser
un delfín que no duerme,
que acaricia las olas
con el alma descalza,
como si los océanos
no supieran tu nombre,
no lo trajeran húmedo a la playa.

Desearía ser un jardín japonés
enraizado en tu cuerpo de libélula,
en los valles bañados de sakura
donde tu seno huído
desafía la seda del kimono,
donde mis labios riegan
y beben a la vez.

Pero soy una rata temblorosa
escondida en la penumbra de mi vida,
un corazón que late a contratiempo,
un náufrago sediento en un mar de belleza
que no supo o no quiso sujetar el timón en la tormenta,
que perdió entre las nubes
el libro de bitácora,
que dejó arder sus velas
navegando entre almas de dragones,
que echó el ancla dormida
en la bahía brumosa
donde ayer, hoy y siempre
cantarán las sirenas.

Ya lo me perdido todo,
el pulso y la caricia...
Pero Venus me mece en sus mareas.
Con el último aliento
abrazaré tu talle de amapola,
arrancaré las sombras
qué amenazan tus pétalos
e invocaré a la luna
para que engendre noches de rocío.

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