sábado, 15 de agosto de 2020

Cuarto menguante para una estrella

 

Buceas mar adentro.
En esa huída
mi corazón se ahoga.

No soy el primer ave
que se enreda las alas
en la belleza estática
de los corales frágiles.

¿Has dormido, lucero?
¿O bailaste al alba
en las playas lejanas?

¿Besaste marineros
con la mirada esquiva?
¡Ah, la piel de tus senos
bajo la seda líquida
se erizó recordándote
que eres piel de deseo!

¿Por qué no te quedaste
por siempre en tu paisaje
frente al faro que roba
al sol poniente ráfagas de luz
y las rompe furioso entre las olas?

En tierra. Bajo tierra.
Tan distante, sirena,
no necesito mares para ahogarme
cuando mis propias manos me estrangulan
al no poder ceñirse a tus caderas.

Tu silencio es libertad.
Tu voz ausente grita.
Háblame sin máscaras.
Dame mis alas.
Amputa si es preciso.
Drena toda la sangre
si el amor es veneno.
Corta, limpia mi herida.
No hay bisturí más diestro
que una palabra sincera.
Mientras suturas, estrella fugaz,
mírame a los ojos
dentro, bien dentro.
Zambúllete aunque no haya
ni una gota de mar en ellos,
sumérgete
en los rumores vivos del bosque.

Quiero volar
como un ave-delfín.
Dame mis alas, digo...
Y tú, de repente, 

me traes el mar crepuscular

vestido todo en plata...
Sus mágicos rumores.

Mírame a los ojos.
Detén el tiempo.
Que tu mar y mi cielo
se confundan, se abracen.
Puro éter.

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