domingo, 30 de agosto de 2020

Ochocientos cuarenta y un kilómetros

 

Dale al mar tiempo
y espera.
¿Recuerdas cuando las anduriñas
volaban en la playa contra el viento?
Soñar contra la brisa y la marea
esos días con alma de naufragio
en que el mar es plata y el cielo plomo
es darle tiempo al mar,
es dejar la mirada vagar en las arenas con pasos de chorlito,
es dejar que la sal se disuelva en tus venas.

Vieja ciudad o puerto o estuario
donde es igual morir que no haber nacido,
donde hasta la muerte es dulce,
donde las flores viven en las calles,
donde la lluvia es parte del paisaje,
donde el alma del mundo
se exhibe esplendorosa
en blanco y negro.

No hay carretera que lleve hasta el amor.
No hay peaje.
El corazón es un motor extraño
que se acelera siempre cuesta arriba.
Dame la mano. El camino es largo.
Da igual el destino
si el mar espera.
Quiero empezar de nuevo.
Quiero vivir otra vez todo.
Quiero que la luna vuelva a creciente,
que baje la marea
para pintar en la arena tu nombre
más grande que la noche.

Dale al mar esta noche
y espera,
espera al alba.
Verás que el cielo se desnuda,
que todo el mar se muestra
desde el acantilado
bajo las alas ingrávidas de las gaviotas.
Verás el faro
desafiando la horizontalidad del paisaje.
Verás mis ojos reflejar tus ojos desbordados
por toda esa belleza.

Dale al mar tiempo.
Al viejo se le agota
bebiendo sorbo a sorbo de su vaso.
La urgencia de su cuerpo derramado
junto al tuyo, sirena,
es como la visión de una ballena
varada en la roca madre,
decuartizada de deseo
a la puerta del jardín de las delicias.

Cuando te abrazo, ninfa de mar y bosque,
arde la luna.
Es como si el otoño
profanase la primavera.

A veces pienso
que en parte tu belleza
es el silencio...
Ese silencio que deja el océano
suspendido entre ola y ola.

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