jueves, 27 de agosto de 2020

Lágrimas ajenas


Paseando ciego por el crepúsculo
entre los aleteos de los mirlos casi dormidos
rompí un pedazo de vidrio roto.

Tú adornas de lágrimas la distancia
que nos separa ilimitable
como si se cubriera de rocío
todo el desierto.

Esta noche no son para mí esas lágrimas...
Son para quien duele ante el dolor,
para quien se resigna ante la muerte o, peor, ante la propia vida
mientras mis dedos resbalan
por las dunas de tu piel
suave y cerrada.
Si bebo una sola de esas perlas salinas
profano
un llanto que es ajeno,
que no me pertenece.

Así perdimos noches cálidas de invierno
a la sombra del roble de Dodona.
Así se apagaron las antorchas
que suben a la acrópolis
desde la torre de los vientos.

Tú te crees maldita como ese aire
que dejas de respirar cuando sueñas.
“Voy a dejarlo todo" -dices,
cuando no tienes nada que abandonar
salvo tus propias alas,
libertad...
¡Solo porque no vuelan
las sirenas!
No vuelan, nunca vuelan.
Algunas veces aman.

Mi piel sobre tu piel
viva
ignorada.

Jardines en mis sueños.
Flores nunca cortadas.
Te diría que te amo
si las olas te dejaran
escucharme.

¿Vuelan o nadan
sirenas
a la luz de la luna?
Algunas veces aman.

Nunca esta noche
de luna creciente.

Apenas a un viejo poeta
que no abre nunca cuellos,
que les hace cosquillas
con labios de impaciencia.

Quizás a un marinero...
Pero esas lágrimas
hundidas en el mar,
tampoco son mías
por mucho que desee
ahogarme en ellas.

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