lunes, 6 de enero de 2020

Noche de Reyes (la vereda)


Los caminos del alma
son estrechos.
Perderse es fácil,
estrella vagabunda. Ten cuidado
si la luna te eclipsa. Verás 
su cara oculta
como un mar que se apaga.

Los caminos del alma son largos y escondidos.
Solo en la soledad o en el amor más puro
se recorren volando, levitando,
iluminados por los reflejos vivos
de la luz interior de esa gema,
el diamante pulido
de más de once mil facetas
que crece entre tu pecho y tu aura.

Cansarse es fácil, renunciar, desviarse,
embriagarse en cualquiera
de los millones de tabernas malditas
entre marineros de ojos vacíos de mar,
luces de neon salpicadas de orín
y sirenas sin voz,
piernas esculturales,
algas tristes en el sexo
y lágrimas de vodka o (peor) agua dulce.

Los caminos del alma no conducen
a ninguna parte. No corras, meteoro,
desesperada, ansiosa
en busca de una meta
o un sentido. No llores
en los humilladeros del alma,
no dudes en los cruces y horquillas 
por cuál debes seguir. No mires
las cunetas, vertederos de cuerpos
en descomposición
de santas y filósofos,
de putas y de príncipes,
de brujas y soldados,
de diosas y de monstruos
que perdieron su rumbo.
Sigue la estela del silencio
(en finísimos hilos).

Escoge siempre la vereda,
la que el jardín esconde.
La vereda que señala
tu instinto felino.
¡Ay, tigresa con sangre de estrella
de mar!
La vereda tortuosa,
hoyada por los sabios,
borrada por los elfos,
no el camino asfaltado
que en tropel te señalan
las gentes del olvido
con sus alas de cuervo.

La vereda hacia las cumbres
sumergidas en el océano
donde ya está mi pecho
ahogado y enterrado,
no ese camino enorme
de azúcar y de barro
que conduce a la misma noche
donde comezaste
hace más de once mil encrucijadas.

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