lunes, 27 de enero de 2020

Perro muerto ¿por su lengua?

Perro fiel, fiel reflejo,
perro hambriento,
borracho, ensangrentado,
que esperaba a tu puerta
a que le abrieras antes que a la muerte.

Se fue. Se fue agotando.
Se heló
o acaso
Se fue a buscar la puta primavera
bajo tierra.

Ese perro sediento de caricias
al que el arcángel del jardín divino,
podrido de soberbia, cruel, altivo,
le prohibió las estrellas y la música,
le ofrecío huesos vanos,
vacíos de puro tuétano o ternura.
¿Por qué? ¿Por qué ese perro
ignora el nombre oscuro
de la vara que azota su costado?
Duele. Duele. Duele. Castra incluso.

Ese perro sarnoso y demacrado,
corazón enterrado en plena vida,
ese perro que aullaba silencioso,
que temblaba en su herida descarnada
cientos, miles de noches a la puerta
ahogándose en su mierda, puro amor,
esperando
a que le escupieras otro silencio afilado,
a que le negaras hasta la mirada.

Maestra ciega,
mírate en la noche.
No eres tan bella como aquel felino
que entró en tu corazón de porcelana
con un martillo de diamante en bruto
a reventar tu soledad de acero.
Necesitas un perro lazarillo
que te guíe al espejo de los mares
donde toda amargura se refleja
y se pronuncia sin rencor ni angustia.

Maestra ciega, ¿buscas el camino?
Desbroza los fantasmas que envenenan
los párpados de sueño con quimeras.
Deja que el viejo perro te acompañe
a limpiar de tu alma los vestigios
del pecado de ser fruta prohibida.

Ese perro es un buda
que nunca sabe nada
salvo ladrar palabras ignoradas
que rompen los abrazos en el aire
como cuchillos hechos
con alas de colibrí.

Rodeado del eco de tu nombre
aun odiándome a mí mismo
por ser un perro muerto por su lengua
hasta el infierno huele a mariposas.

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