lunes, 4 de mayo de 2020

La verdad que callo


Estoy solo y desnudo
en mi naufragio.
Ábreme ya tu puerta si me amas,
y si no
mete el dedo en mis llagas,
rompe el mar en mis ojos
y déjame morir
tras la tormenta.

¿No entiendes, golondrina,
que me pasé la vida cultivando desiertos
y ahora en este vergel o paraíso,
en esta piel o tierra prometida
me cierras las anémonas
y arrancas
los sauces amorosos
con palabras de sombra
en la distancia?

¡Ay, viejo y cansado marino,
harto de circumnavegar
tu bellísimo pecho
donde en noches de luna
cantan once sirenas
y luego callan y no queda ni eco 
de sus propios latidos!

¿Quién te hizo daño amándote
salvo tu propio miedo? 
¡Que toda libertad se torne cárcel!
¡Que todo este dolor se torne olvido!
¡Que toda soledad se torne lágrima...!
Pero nunca me acuses,
nunca,
nunca,
de no decirte la verdad que callo.

Está escrita en mis ojos.
¿He de enseñarte a leer, Maestra?
¿No sabes? ¿Ni tu nombre?
¿No te enseñó la calle, tan callada?
Pues riega tus narcisos
y déjame ya ahogado,
cisne negro
en tus orillas.

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