domingo, 18 de octubre de 2020

Siempre

 

Guirnalda de flores
colgada del tiempo en que no amamos,
¿ya marchitas? ¿Ya está el suelo que piso
tapizado de pétalos caídos?
¡Si ni siquiera comenzó el invierno!

Porque amaste. Tú amaste.
Temblabas en mis brazos
como una hoja de otoño,
buscabas en mi sexo
las raíces del cosmos
y al besarnos no sabíamos
qué era saliva, savia o lágrima.

En tu cama las noches
son mares en silencio.
La luna en tu ventana
es del color del sueño.
Las estrellas fugaces
pintan un trazo lento.
Respiro éter, no aire
de tu cálido aliento.
El cosmos gira, pétalos
en puro movimiento.

Pero cuando mi hedor
desborda tus aromas,
o cuando en tu silencio
sagrado escupo un grito,
cuando profano umbrales
en tu piel de amapola,
cuando tus ojos pierden
la luz del infinito,
cuando tú, vulnerable,
pintas la aurora sola
porque soy una mancha,
una erosión, un ruido...
Entonces solo odiarme
es el justo castigo
por marchitar tus flores.
Debo beber las horas
amargas del olvido,
esperar que el otoño
cubra mis sucias canas
de escarcha o de rocío.

Rogar que me perdones
es pedirle reflejos
a un estanque vacío.

Pero amaste. Tú amaste.
Tú le diste a mi nave
estelas de ballena,
lumbre a mis noches frías,
desnudez al deseo,
magia, paz, alegría
a mi pecho entreabierto.
Y porque amaste, niña,
siempre espero
despierto.



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