jueves, 31 de enero de 2019

Resurgir


¿Qué hay, sirena, qué queda
cuando el mar se vacía,
cuando el cielo infinito
se queda sin estrellas?

¿Qué hay cuando el viento cesa,
cuando las olas callan,
cuando la nieve cubre
los espejos del alma?

¿Qué resta de las nubes
cuando han llovido todo,
de las aves al vuelo
cuando la noche estalla? 

¿Qué queda de la piel
cuando los labios húmedos
de un amante sincero
suspiran tan lejanos? 

¿Qué queda de la mente,
del corazón, del alma,
cuando la voz amada
se convierte en silencio? 

¿Qué queda del color
de tus jardines íntimos,
de las flores soñadas
cuando la luz se apaga? 

¿Qué queda de la música
cuando el violín descansa,
cuando la poesía
no viste las palabras? 

¿Qué queda entre mis brazos
cuando cierras tus alas? 

Te lo diré: el vacío. 

Sí, las hojas en blanco
donde escribir milagros,
la mente de mil budas,
las ramas aún desnudas
de mi árbol-paraíso
oliendo a primavera.
Un silencio que espera
la suprema armonía,
el beso aún no nacido
que retorna a los labios
o a las pieles desnudas,
esos labios y pieles
que bebieron la savia
del cariño más puro,
un mar de olas y espuma
que se acerca infinito
a besar en el vientre
a los acantilados.

Todo por reescribirse
en esa arena húmeda
de la playa-universo
donde una y otra vez
rompen astros sedientos
de estelas borradoras. 

¿Qué ha quedado del tiempo
que no estuvimos juntos,
del camino escondido
que no anduvimos juntos? 

Nada ha quedado. Nada
salvo dudas, sospechas,
sombras, tan solo sombras
de lo que siempre, ¡ay, Diosa!,
seremos y hemos sido:
Vida plena, sirena,
plena vida.

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