lunes, 9 de diciembre de 2019

Gibraltar

Nunca zarpan los barcos
del abrazo perdido.
Nunca apartan su sombra
del alma de los peces.
Siguen ahí, amarrados,
con las velas plegadas,
sus mástiles desnudos
expuestos a los vientos del deseo,
anclados en el fondo del corazón.

Ahogado en distancias líquidas,
mi mirada se disuelve
en un cielo de sangre y de gaviotas.
Lágrimas como golpes de ola
en la soledad de los malecones
van convirtiendo el mar en una cúpula
que estallará en la noche del cometa. 

Pero en estos instantes vagos
de melancolía incandescente
el embrión de la noche,
un ojo-cielo, enorme iris de gato
que late al ritmo lento
de lunas y mareas,
me trae tu aliento entre el olor a puerto.

¡Vuelve a este otoño
que agoniza, musa,
antes de que las hojas enterradas
le entreguen a la nieve
sus nervios de fino encaje! 

Vuelve de ese verano de oro y plata,
de los jardines de los dioses
donde rompe toda el agua
más allá de las columnas de Hércules.

Vuelve,
porque los barcos
no zarparán sin ti
aunque se les desangre el cielo encima.

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