domingo, 1 de diciembre de 2019

Diluvio


Se cerró el cielo al gozo de los vientos,
desterró sus azules, sus albas incendiadas,
se vistió de humo ciego y de pavesas,
de una lluvia que es como el sudor frío
de una cúpula vieja y temblorosa.

La ciudad grita tu nombre en cada esquina
aunque aquí el tiempo nunca se detiene.
Los arcos de triunfo palidecen
en una capital sin obeliscos.
Tus pasos aún resuenan saltarines
en la vieja escalera de granito
herida para siempre
por la metralla de nuestros besos.
Los semáforos tardan lustros, siglos,
en dar paso a los ángeles callados
que amortiguan el ruido de las luces. 

Ha llovido tanto
que parece que las calles corren limpias
solo porque reflejan los neones
que rugen en fachadas deslucidas
ajenos al trote de los pasos de cebra.

¿Dónde están los amantes si el asfalto
pretende ser espejo de ilusiones?
Están lejos, estatua melancólica.
Solo dejaron un pequeño abrazo
en el jardín de bonsáis. 

¿Dónde fueron las hojas del otoño?
Se las llevó un verano imaginario
a donde el sueño es luz,
donde la noche
regala tu sonrisa a las estrellas,
donde la cruz del sur
es ignorada por millones de miradas
salvo la de una musa
que la busca en el cielo
tras las alambradas.

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