viernes, 20 de diciembre de 2019

Guerra


Mientras el viento del norte termina
de arrancar el dolor de los rincones
del alma vagabunda y miserable,
de limpiar los callejones de hojas secas
desprendidas del árbol de mis brazos,
el viejo sol, cansado, se reclina
en el oscuro lecho del invierno
incendiando las nubes del poniente.

Así son los paisajes de la guerra,
ruinas que esperan otra primavera,
amapolas que broten del escombro
redimiendo las culpas de los ángeles
que quisieron amarse en el infierno.

En el lejano Oriente que soñamos
hay templos entre bosques de bambú,
torrentes de quietud desesperada,
cementerios de piel de salamandra
que un día serán pasto de la eterna
danza de Shiva sobre nuestros pasos.

Aquí en las bellas ruinas de mi vida
despunta el Partenón en plena acrópolis,
donde enraíza mi ser como un olivo,
un árbol milenario al que los vientos
no pueden arrancar hojas del alma.

En el templo sagrado, musa-luna, 
enarbolando una bandera blanca,
santuario de paz que se recorta
en el cielo febril de la tormenta
esperaré a que broten los almendros.

Bombardead las ruinas de mi tiempo
con la furia de Cronos desatada
mientras florece en mí lo cristalino.
Yo sembraré semillas de amapola
y esperaré.
Esperaré la lluvia.

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