domingo, 9 de febrero de 2020

Aprender a Nadar (Resurrección de la Musa; Plenilunio)


Dame tu alma.
Ponla en la palma
de mi mano abierta.
Entra.
Deja tus miedos
a la puerta.

Pon tu piel
en mi piel
y atrévete
ahora
a hablar de magia 
muerta.

Tu pupila en la mía.
Deja que fluya
tu luz hacia mi luz
hasta que los párpados
se cierren silenciosos,
al ritmo de desmayo
del labio que se encuentra
con el labio.

No hay muros colosales,
monasterios titánicos
ahí fuera enredando
sus torres en la niebla.
Sólo en tu corazón
que silencias acaso
con alfileres íntimos
hay templos infinitos.

No mires al vacío
de la noche invernal
si mis ojos te esperan
con la luz escondida
de las mil y una noches
que ha soñado la luna
contigo, sí, contigo,
corazón de sirena,
desde su cara oculta.

Llora en mis ojos,
arráncame las prisas
con las que quiero amarte,
que me queman...

Bebe en mis ojos
que te esperan con la lágrima
a punto de romper diques,
de florecer líquida,
de pasar la barrera del silencio,
de convertirse en ola
para barrer la playa del deseo
donde quedó varada mi alma extraña
como un calamar gigante.

Dame tu mano,
ese árbol de caricias.
Tus ramas en mis ramas,
las yemas de tus dedos
henchidas de pura vida,
reverdeciendo íntimas,
la primavera abierta
de tu vagina en flor
rebosante de néctares y aromas.

No me dejes perdido
en ciénagas de huída, 
sonrisas desterradas
a algún rincón sombrío.

Mi espacio está repleto
en sus diez dimensiones
de un amor que ha crecido
hasta inundarlo todo...
Y yo no sé nadar.
No sé nadar, sirena.

Dame tu alma, tu piel,
tus ojos, tus labios,
tu aroma, tu sonrisa
y tu mano...
Tu mano que me guíe
con solo una caricia
por las profundidades
de esta mar infinito
que me brota
incesante
desde dentro.





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