sábado, 1 de febrero de 2020

Luna ahogada en palabras muertas


No vistas, marinero,
el alma de palabras.
Déjatela desnuda.
Que la voz no disfrace
con su tono engañoso
lo que el corazón guarda.

No escribas en las nubes
con pinceles de viento
su nombre de hojarasca.
Ella odia el viento, ¿sabes?
Ella mueve sus alas
contra sus propias lágrimas.
Ella nada en sus mares
entre delfines blancos
contra la madrugada. 

No rompas el silencio
de pétalos caídos
que esconde su mirada.
No profanes su templo
de labios como bosques,
espirales de incienso
y aroma de montaña.

¡Ciego estás, marinero,
completamente ciego!
Al timón de tu nave
precipitas tu cuerpo
contra los arrecifes,
con las venas abiertas
al ardor del deseo,
una orquídea de sangre
estrangulando el sexo,
tu pulso en duelo a muerte
contra el maldito tiempo.
Ese tiempo sin ella...
¡Ese maldito tiempo!

No vistas, marinero,
el alma de palabras.
Cállate. Vete lejos.
Ella no lee poemas
escritos por tu pluma
de ala de ibis mudo,
de cola de vencejo. 

Ella no lee lunas
perdidas en el cielo.
Ella lee en el alma.
Lee los sentimientos.

Vete, ojos de sal, vete
adonde nadie sepa
que una estrella se ha muerto
ahogada en tus palabras,
adonde yace triste
la música callada,
adonde una voz fría,
flor de almendro y ceniza,
al calor de una rosa
te susurre al oído
la última esperanza:

El amor es eterno
y vanas las palabras.







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