martes, 2 de octubre de 2007

Diarios de Berkeley: Día 4, mes del Cielo (Truckee, California)

El capitán vivía como un ermitaño en la Bahía Esmeralda. Cambiaba truchas frescas por whisky y tabaco a los colonos del sur del lago. Sus inviernos eran largos y tristes. Sus veranos eran cortos y tristes. El capitán domesticaba cuervos que robaba de los nidos y les enseñaba juramentos marineros. El capitán comía serpientes que él mismo cazaba y las compartía con sus cuervos. Su barca llegaba al muelle surcando las aguas heladas escoltada por doce cuervos. Desde la orilla se oían sus canciones. El capitán tenía voz de ogro. Los niños no podían escuchar sus canciones. Una noche los dados de marfil le habían proporcionado ganancias y su voz restallaba en mil ecos mientras remaba de vuelta a la Bahía Esmeralda hasta que los vientos la perdieron. Los vientos se cargaron de nieve y el lago levantó una marejada que jugaba con la barca del capitán como si fuera una cáscara de nuez en un torrente. El capitán se ató a los remos y consiguió llegar a la orilla, pero no sentía los pies en el agua helada. El capitán conservaba sus pies amputados en una enorme jarra con alcohol. Viajeros, curiosos y tramperos iban a la Bahía Esmeralda a ver los pies del capitán y él, orgulloso, los mostraba a su público a cambio de tabaco y whisky. Andando en tierra con sus muletas y por el lago con sus remos el capitán cavó su propia tumba en la isla de la Bahía Esmeralda. Sobre ella colocó una capilla y a su alrededor enterraba a los cuervos que se le morían de viejos. Cuando terminaba su labor se llenaba una pipa y la saboreaba mirando a su alrededor del lugar que había elegido para sus huesos: las aguas verdes de la bahía chocaban con el blanco de la nieve en la playa. Luego los pinos, las cascadas y las rocas erguidas de las cumbres. El hecho de reposar en tan hermoso lecho le restaba temor a la muerte. Otra ventisca hizo naufragar la descuidada barca del capitán tras una noche de mala fortuna. Los dados y la pipa fueron lo primero que cayó al fondo del lago. Jamás se halló el cadáver. Su tumba sigue abierta en la isla de Bahía Esmeralda. Dice la leyenda que las noches de luna el fantasma del capitán surge de las aguas tranquilas y oscuras del lago y trepa con sus poderosas manos la isla rocosa hacia la tumba, profiriendo juramentos marineros. Yo no lo he visto, pero paseando por la bahía he sentido a los cuervos como un escalofrío negro, vulnerando la nieve, dueños únicos de todo ese silencio.

1 comentario:

Monica dijo...

Que cuento mas bonito!!!! Todos somos a veces un capitán solitario ¿no? Al menos nos queda la esperanza de volver como fantasmas a nuestra tumba de la isla de la Bahia Esmeralda.