lunes, 22 de octubre de 2007

La Sombra (Diarios de Berkeley, 2000)

El aroma de la Sombra es a humedad, incienso y cloroformo. Junto a una ventana empañada un hombre gris respira el vaho y lo cristaliza en su mirada, que atraviesa los vidrios hacia un paisaje borrado por la lluvia. El vaho huele a Sombra. El hombre tiene telarañas entre sus dedos blancos. Sus manos que soñaron levantar castillos de diamantes están heridas de lodo rancio. Sus sueños envenenan el aire de la estancia mientras él, ignorándolos, mira a través de la ventana, al paisaje sin Sol, sin Luna, sin profundidades donde recrear el ánimo. Ese hombre quería escribir su vida, bañarse en el color de los recuerdos, y ahora está ahí, sentado, vacío, enfermo de gris, sus ojos dormidos aunque abiertos, su palabra amordazada por el tedio. Sí, recuerda, la palabra, cautiva de las páginas cerradas. Despierta de tu suicidio lento, hombre gris, desempolva tus manos, cruza la sala hacia donde reposan las palabras de tantos hombres grises que un día despertaron. Abre un libro y lee sus poemas, reencarna las historias, echa a volar su alma junto a tus sueños, rompe el hechizo, entra en el laberinto de la vida sin el hilo de Ariadna, salta al océano de corales en flor sin miedo a las aristas.
Junto a la ventana borrada por la lluvia hay un hombre gris callado. Ese hombre quiso subir a una montaña y gritarle su nombre al Viento. Ese hombre ha amado hasta sangrar, ha viajado por selvas de arena y desiertos de musgo, por mares, islas y montañas, por los valles de su alma y por los infiernos prohibidos de las almas ajenas. Ese hombre ha encontrado visto, oído, acariciado, olido y paladeado la belleza mientras buscaba una verdad que no comprenden los sentidos. Y ahora, ese hombre en desintegración, hipnotizado por el eco de la lluvia, no es capaz apenas de arrastrar su alma de plomo hasta su biblioteca y recargar su esencia. La Sombra huele a olvido y a desidia. Yo soy ese hombre hueco. Traed la luz. Liberad para mí las palabras.

No hay comentarios: