martes, 2 de octubre de 2018

Templo

Abrazarte
como quien coge un pájaro.
Tan torpes son mis manos de la emoción
temblando.
Porque el cuerpo y el alma son esferas distintas del tiempo y del espacio.
Cuando confluyen
cada suspiro de árbol milenario (unos setenta años)
florecen en la piel silencios de amapola.

Abrazarte un segundo
como el que abraza un pétalo
con miedo de que el viento lo arrebate.
El sol limpio ya hundido en la distancia
se reencarna en tus ojos de gacela
que brillan o que callan.

Abrazarte.
Acariciar tu alma en la distancia
de ese palmo infinito que ya no nos separa.
Tan torpes mis palabras y mi voz...
Torpes pero valientes.
Sinceras. Arriesgadas.
Palabras como lágrimas.

Tu corazón, la cámara sagrada.
Quiero ser ese rayo de luz que en la alborada
del solsticio vernal entra y anida.
Te hace eterna. Divina.
Quiero hacer mis ofrendas,
pero no profanarla.

Quiero tu libertad, ave bellísima.
Quiero verte volar. Te doy mis alas.
Yo no las necesito. Pesa tanto el deseo
que me ancla.

Abrazarte
con el alma desnuda y sin palabras
ahora que la verdad está descalza.
Ahora que sonreir no cuesta apenas nada.

Ahora que soy poeta...
Y no me lo esperaba.

No hay comentarios: