martes, 30 de octubre de 2018

Tres días de ausencia



Viernes. El vacío.

El despertar sin ti
es pequeño y vacío.
Se da la paradoja:
aún no he dormido.

He vivido dos veces:
una libre en la tierra
y otra anclado tus brazos
viendo la luna entera.

He dejado a la música
que penetre en mis venas,
que me lleve a otra orilla
de esta ausencia que quema.

He dejado a la lluvia
limpiar todas las lágrimas
mientras miraba atrás
buscando tu mirada.

¿Respiras? No has venido.
Estás conmigo, dices.
Y es verdad. Es verdad.
No paro de sentirte.

Pero no puedo verte
ni oírte, ni tocarte,
ni decirte callado
que se me acaba el aire.

Que el azul infinito
de tu mar, de tu cielo,
me ahoga los latidos,
en la sima del pecho.

Y que cada segundo
que tu ausencia me roba
es una eternidad
demoledora.
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 Sábado. Your room.

Ahora al fin amanece
Un sol ciego, abatido.
He seguido soñando…
Pero no, no he dormido.

Lejos, en mi distancia,
brillas como una estrella.
Tu habitación, colores,
tus palabras sinceras…

¿Qué cabe en una nuez
que tú no tengas?
No cabe ni el silencio
ni el dolor de la espera.

Pero cabe un abrazo
y muchas primaveras
y millones de otoños
y de noches en vela.

Caben los crisantemos,
las montañas enteras.
Cabe hasta el cielo abierto
rebosante de estrellas.

Si tuviera tus labios
para volar cometas
el viento soplaría
aún con más fuerza.
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Domingo. Agonía del unicornio.

Estoy solo. Estoy lleno.
Mis ojos son luciérnagas
alborotando el vértigo,
identidad inquieta.

El pasado me abre
sus agónicas puertas.
La memoria lejana
se siente ya sin fuerza…

Aquellos manantiales
palidecen ahora
que desemboco pleno
en tu mar de amapolas.

La sangre brota viva
de mi frente, coral
manchando el nácar.
Dolor en libertad.

Pero no siento miedo,
cicatriz de unicornio.
Siento solo el vacío
de tu ausencia. El insomnio.

La luna en pleno día
me recuerda: estás solo.
Siento un mar de delfines
inundando mis ojos.

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