viernes, 10 de mayo de 2019

Deriva


Velas desplegadas al azul.
El puerto se desdibuja
en el turbio horizonte.

Queda atrás toda lágrima,
toda añoranza
ante la inmensidad que espera,
el océano, la voz de la tormenta,
ballenas soñadas,
libertad o silencio
manchado de luna,
aventura sin límites.

Alas abiertas al vacío.
Queda en el suelo el nido
a merced de la serpiente del olvido.

Queda la vida entera
como un espejo oscuro
al otro lado del cielo
donde trazo mi vuelo
hacia todo o la nada.
Toda la libertad
que el amor ha encerrado
en una celda infinita
tapizada de pétalos caídos
se escapa por mis venas
sedienta de oxígeno.
Respiro
y se satura,
invade las arterias,
nutre mi vil consciencia... 

Ondas en el estanque
que refleja mis budas y mis arces.
¿Qué perturba la paz?
Amenaza de lluvia en mi jardín.
¿Remordimiento? 
El viento no me deja
escuchar el silencio.

¿Qué espera el corazón
cuando navega o vuela
si no conoce
ni su propia estela,
ni su propia sombra?

¿A qué puerto me llevan?
¿A qué templo?
Yo solo quiero amar
y ser amado
como la mariposa
que sobrevuela el campo de batalla
en busca de amapolas
no manchadas de sangre,
como los delfines
que navegan las sábanas
de un mar amante
burlando los arpones del deseo.

Sufre la costa porque ya he partido...
Yo sufro en alta mar porque no llego,
porque no sé si hay puerto en la otra orilla
donde tirar el ancla de mis sueños
sin dañar las preciosas madreperlas.
¿Sufro o amo? No importa.
Simplemente, acaso, navego.

¡Que no lloren los sauces junto al río
por el agua que pasa y no regresa!
El río es más eterno que sus ramas...

Haz que tus bellas hojas lo acaricien
y, cuando llegue el frío,
se entreguen, temblorosas,
a la corriente amable
en busca de aguas cálidas,
acaso las mismas que yo
simplemente
navego.

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