lunes, 5 de noviembre de 2018

Andrómeda liberada

Bailando frente al mar
al son del viento,
esperando al dragón, ese delfín arcano
que arranca del océano las nubes,
soñando un cielo tímido, nocturno,
herido de otras mil constelaciones,
Andrómeda abre los ojos
y entorna el corazón.
Amanece en el cosmos.

Triunfante musa, diosa o heroína,
dominando la bestia que la ama,
viajando hacia el Poniente,
hace llover sus pétalos fragantes
sobre el otoño frío de las almas amigas
para llenar de vida, de enigmas de pirámide,
el vacío insodable que la muerte socava.

Su piel-perla es besada por estrellas fugaces.
Su corazón enorme, galaxia deseada
a unos dos mil quinientos treinta y siete
millones de años luz del mío
pero a la vez tan cerca, prendido en un anillo.
Sí, Saturno, despierta de tu órbita de sueño:
¡La luna tiene anillo!

¿Estoy encadenado? ¿Estoy consciente?
¿Soy héroe o soy monstruo?
¿Océano o desierto?
¿Ancla, navío o puerto?
Solo sé que hoy el cielo
desnuda sus estrellas
y yo observo y espero
bailando con los dedos
que el pájaro de fuego que me habita,
Andrómeda divina,
se consuma en tu seno.

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