sábado, 10 de noviembre de 2018

Silencio o tortura



Al bajar de las nubes desde un cielo sin pájaros, salvo una graja negra que mis ojos amantes entonces ignoraron como augurio, henchido vena a vena de la paz infinita de tu pecho en el mío, he regresado al ensordecedor eco de la distancia que separa horizontes como si doliese el paisaje, y luego esas palabras casi sin vida, ese cambio de rumbo del viento de tus sueños, siempre impredecible, tu cárcel de gardenias marchitando que alimentas a fuerza de sonrisas, esa voluntad muda de ruptura, de veleta en los mástiles de mi navío errante, que me puede dejar a la deriva en el agua salada, hundirme en el instante a cuchilladas en el oscuro abismo o entregarme tu alma como una brisa tibia que acaso me devuelva al abrigado puerto donde encontré el tesoro que nos une incluso a través de este silencio denso, doloroso, esta ausencia que duele porque nadie la explica, porque abre a la incertidumbre espacios inmensos, a las dudas amargas que estrangulan el sueño y abre horas y horas de vela sin sosiego, de fantasmas, de anillos escondidos por culpa o por vergüenza donde el vuelo del ibis nunca pueda encontrarlos, donde un mar de sargazos anclados en la memoria pueda robarlos y así, acaso, llegó hace siglos al pie de la torre donde vendí mi alma a una diosa de luz de meteoro, a una musa fugaz que va y que viene como las olas mismas que la empujan, a veces con caricias, a veces, marejada, hiriendo brutalmente mis nobles acantilados, porque mi corazón es roca madre, donde todas las gemas cristalizan, donde cantan amables las sirenas, es como un cementerio de ballenas donde se ocultan astros vagabundos, cometas extraviados y piratas cobardes cuyo tesoro está siempre enterrado, siempre esperando una señal del tiempo a que tus labios zarpen de otras islas, de la mazmorra de un amor-naufragio y arriben a esta costa donde el deseo es siempre piel de madreperla.

Al bajar de las nubes, como Ícaro inconsciente, ignorante del sol que ciega tus heridas y que acaso te ama con orgullo y ternura, me estrellé como luna incandescente en tu amargo silencio de alfileres.

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