martes, 25 de diciembre de 2018

Dos cementerios. (Navidad, Devinska Nova Ves)


Madrugar para ver amanecer,
abrir el cielo antes que los párpados
de aquellos que no viven o que aún duermen.

Madrugar con los ojos de la luna
mirando al interior de la belleza,
más allá de ese tiempo encarcelado
en la esfera cruel de los relojes.

A millones de labios de distancia,
aún robándole besos a otra noche,
se quema mi alma helada
en las velas que invocan otras almas ajenas,
llamas vivas que bailan sobre las frías lápidas
la insoportable danza de la ausencia
entre el recuerdo vago y el olvido.

Y tú, felina, libre por las calles vacías
o llenas de un silencio que te llama,
jugando a madrugar más que los pájaros,
ofreciendo candelas escondidas del viento
para alejar las sombras ominosas
de espíritus que el mundo ha condenado
a vagar por caminos escondidos
que conducen al cielo solamente
a través de la savia de los árboles.

¿Sabes que el cielo es un lugar finito
donde se pierde el eco de campanas,
el humo de las velas, mi mirada,
las alas de los ángeles que amas?

¿Sabes que el mar lejano siempre espera
a que tus manos vuelvan a mis manos,
a que las olas traigan nuestros cuerpos
al paraíso azul de los cometas?

No están las almas en los cementerios
ni son las flores para ser cortadas
ni ofrecidas a quien no puede amarlas.

La vida está en tus labios de sirena,
húmedos y entreabiertos en el alba
pronunciando en los míos sentimientos
que no pueden soñarse con palabras.

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