lunes, 10 de diciembre de 2018

El salto


Quise evitar que el labio
chocara con la estrella,
que las almas rompieran
el último latido en nuestro acantilado.

Quise rozar tus manos
como único destino
planeando en silencio
sobre las cumbres blancas del deseo.

Quise beber la luz
en tus ojos de mirlo acurrucado
sin despertar la estela
de nuestra rutilante supernova.

Quise sellar un trato
de caricias eternas
que dejaran tus labios
a merced de la lluvia y de la brisa.

Quise evitar el salto
al vacío bellísimo,
al océano limpio,
infinito y profundo.

Quise que nos quedáramos
a una micra del labio
como un beso imposible
en el espacio ingrávido.

Quise que fuera eterna
la entrada al paraíso,
que los cuerpos mortales
sublimaran al éter.

Quise que en mi regazo
construyeras tu nido
y cedieras los párpados
a un sueño no prohibido.

Quise que en nuestro árbol
floreciera la noche,
con frutos como lámparas
de un bazar legendario.

Quise, acaso, quería
que tus labios de seda
siguieran escondidos en mi pecho,
vestidos para siempre de misterio.

Quise que nuestro anillo
que te ha tornado en diosa
nos llevase al Olimpo
cabalgando la noche con los ojos cerrados.

Quise abrirle a la luna
el tiempo y el espacio
en los que nuestras pieles
bebieran los abrazos.

No quería empujar
nuestros cuerpos minúsculos
a un géiser de pasión,
en el confín del mundo...

No quería que el río
caudaloso del tiempo
nos arrastrase a la desembocadura
donde la noche acaba.

No quería beberme todo el nectar
de tu boca entregada
como un cáliz sagrado
ofrecido a la luz de tu corola.

No quería, mi reina,
conquistar tus palacios
ni tus valles frondosos
ni tus jardines mágicos.

Te quiero siempre libre
volando en mis abrazos,
siempre amando y latiendo
como el mar, como un pájaro.

Te quiero en flor, sonrisa,
mirada que se rinde a la luz que la ama,
vientre de escalofríos,
caricia de vilanos y de plumas.

Te quiero como el ibis
que juega con tu pelo
buscando jeroglíficos
en el templo secreto de tu cuello. 

Te quiero incandescente,
irradiando ese alba
que eclipsa plenilunios
en mis íntimas playas.

Pero salté, saltamos,
rompimos las distancias,
hablaron nuestros cuerpos
con sus voces de plata
y el hechizo, el silencio,
el océano en calma,
desnudaron sus olas,
sus espumas, sus lágrimas...
Los sentidos gritaron
lo que el corazón calla,
la sangre en nuestras venas
cubrió la dulce savia
de ese amor que es más fuerte
que los cuerpos que arrastra.








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