jueves, 21 de febrero de 2019

La noche entera (amar, vivir, amar)


Esperar a la luz cuando atardece
sentado en el silencio de un espejo
mientras cientos de almas susurrando
empañan de miradas los cristales.

Pasear por las calles la sonrisa
enredando tu voz en los balcones
o en las ramas sedientas de los trinos
que los pájaros pintan en la tarde.

Aspirar el olor de los estanques
que carecen de lotos o reflejos
en un parque de invierno donde nunca
sale la luna llena entre las sombras.

Seguir con la mirada muy despacio
las aves migratorias que rubrican
con trazos de sutil caligrafía
su silueta lejana y temblorosa.

Navegar ya de noche hacia el ocaso
lejos del ruido sordo de los días
hacia los montes donde los fantasmas
pueblan cada rincón de la memoria.

Cenar en un café donde los sueños
se quedaron varados en las horas
y el piano acaricia con dulzura
los pechos blancos de las odaliscas.

Recorrer los caminos que anduviste
en noches que una luna no nacida
iluminó tus pasos sin saberlo,
simplemente jugando con las nubes.

Bajar al escondite luminoso
donde las flores duermen complacidas
de desnudar abiertas en tus manos
los pétalos que abrigan mis deseos.

Cumplir con manos dulces la promesa
de recorrer tu cuerpo con esencias,
de acariciar los pliegues de tu alma
con el éter fluyendo en mis sentidos.

Jugar con lenguas vivas, fuego y hielo,
a visitar las pieles más profundas
donde arden los dragones misteriosos
que abren la noche a los escalofríos.

Verter la esencia del amor entero
en el Santo Grial que me recibe
como si el universo allí escondido
engendrara secretas supernovas.

Dormir piel contra piel, labio entre labio,
respirar al unísono el silencio,
la atmósfera empapada de dulzura,
la ternura que envuelves en tus brazos.

Y despertar hambriento al mismo sueño,
a la fuente de donde surgen todas
las estrellas fugaces que iluminan,
cuando cierro los ojos, todo el cielo.

Ver despuntar la luz en tus contornos
suavemente umbonados o divinos
antes de que las aguas los adornen
con su barniz de mar cálido y limpio.

Saborear despacio la mañana
compartiendo la música y la letra
de canciones que suenan a través
del tiempo, la distancia y el espíritu.

Mezclar salado, fresco, amargo y dulce
en un vaso tan frágil que se quiebra,
tocar esos sabores que destilas
aunque queme la yema de los dedos.

Y volar finalmente a soledades
con las alas cargadas de belleza,
como una golondrina que ha bebido
de la fuente imposible de la vida.

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